Cuanto más años cumplía, más compromisos asumía, más verdades decía... y así como quien no quiere la cosa, la montaña de acercamientos o distancias se me venía encima.
Era presa de las decisiones que nadie me obligaba a tomar. Yo solita me hacía la cárcel de las elecciones buenas o malas, oportunistas u oportunas, ásperas o suavecitas.
La ironía estaba en que, aún así, podía volar. Al menos había sido responsable en cuanto a mis alas se trataba. Sabía que nadie debería robarme el aleteo de pajarraca, no importa qué tan de hierro fuesen los barrotes de la jaula.
Porque era eso, mi aleteo de pajarraca, lo que me ayudaba a soportar todo lo demás.
"¿Para qué sirve el arte?". Se preguntaba en voz alta Alberto Laiseca. "Para que exista todo lo otro". Claro está.
Volviendo a lo nuestro: Ser uno mismo no es para cualquiera. Es más fácil llenar superficial y alevosamente la soledad. Pero... ¿Quedarse con uno y hacerse preguntas? ¿Ser por el placer de ser o asumir el riesgo de dar por el placer de dar? ¿No es eso, acaso, una especie en extinción? ¿Un mono que ya no baila por bailar?
Si ya nadie se anima a pensar-se y re-pensar-se... ¿Qué futuro se dibuja o desdibuja?
Si en la oscilación de las palabras no hallamos el tormento necesario de quienes viven repletos de sentido... ¿De qué sirven las oscilaciones?
Ah, ¿tienen que tener una utilidad? Cierto, cierto. Bueno, pero fuera de la broma, queda en el fondo una verdad: "La angustia es el precio de ser uno mismo", como canta Silvio. Y de este bondi nadie se puede bajar.
Porque no vinimos, en el mejor de los casos, a ser felices sin tener que abonar el saldo. Y si de la nada mirás a la nada y pensás en todo, ya sos parte de la mafia de los que nos adentramos, con los pies descalzos, en la selva y el jardín. En el fondo de todo hay un jardín. Y en los jardines también hay hormigas y espinillas.
Más años cumplía, más compromisos asumía y más verdades decía.
Tejía, casi sin darme cuenta, mi próxima lágrima.
🖊️ Agustina Ferrand

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