Había una vez un equívoco que quedó para la historia. No va que estábamos en la cena de fin de año. Allá por Diciembre de 2024. Y los comensales éramos la familia de quien escribe y quien escribe. Todo muy lindo, ¿no es cierto? Ya saben, como son las reuniones familiares. (Chito y a la bolsa... hágame caso). Hasta que pusimos la comida sobre la mesa. El momento más esperado, ¿no es cierto? Aunque, nosotros, tenemos la costumbre de "orar o rezar", como usted quiera llamarle, antes de ingerir bocado alguno. De todos los que éramos quien tomó el mando de "la oración o el rezo" fue mi madre. Si eso fue bueno o malo lo sabrá, usted, al terminar de leer la anécdota. Por eso sigo y le decía. No va que el único extranjero, o novato, en la mesa familiar era el novio de la hermana de quien escribe: Sebastián. Buen pibe... el pibe, muy querible. Tan querible que la madre de quien escribe quiso endulzarle los oídos o extenderle la abundancia. Y al esgrimir el rezo pensó en él. Sí, señores. Pensó en él. Con fuerza y furia pensó en él. Pero se le confundieron los cisnes. Y al hablar con Dios le dedicó sus palabras. Sí, señores. Mi madre le escribió una carta de amor al yerno Sebastián. Ahí, enfrente de Dios. Excepto por el detalle de que no había ningún Javier en la mesa. Entonces, ¿quién sabe, no? En algún lugar del mundo, esa noche veraniega de fin de año, seguro hubo un Javier que recibió, cual premio de quiniela o ángeles caídos del cielo, todas las bendiciones y buenos augurios que -en realidad- eran para el pobre Sebastián. Que al levantar la vista -después del rezo- se quedó sin nada ni nadie que lo ampare, porque todo se lo llevó Javier. Al día de hoy, amigos míos, recordamos cuántas satisfacciones le dimos, gracias al rezo de mi madre, a un Javier que ni siquiera existe como amante o amor imposible de nadie. Pero que seguro esa noche, al nombrarlo frente a Dios en la mesa familiar, recibió la magia, la compasión y el cuidado del Altísimo. Nomás por un equívoco, y la presencia del pobre Sebastián que tuvo que donarle un año extraordinario y ya no recordamos cuántas guirnaldas más que, de buena fe, quiso darle mi madre; aunque metiera la pata. No hay de qué, Javier, nosotros te amamos.
🖊️ Agustina Ferrand
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